El genio de los humildes
Fue una tarde de mayo
cuando yo llegué a Buenos Aires, reconozco que era un auténtico desconocido
sobre estas tierras, un auténtico ignorante. Vivía en un Hostel cerca de La
Boca, muy cerca del barrio de San Telmo, el lugar providencia de músicos y
pintores, bohemios, artistas, escritores… ahí se juntaba lo intelectual del
cono sur, lo hermoso del aprendizaje. Había puestos de libros, de miles de
cosas, pero allí vi el libro que estaba buscando, la edición impresa en esa
ciudad cerca de donde todos esos amantes de lo bueno actuaban con calma y a
veces con barullo.
Las venas abiertas de Latinoamérica es un libro que no se
puede comparar a otro, es sencillo, instructivo, humilde y dedicado.
Me acuerdo desde que
empecé a leerlo en mi guarida, (yo vivía con otras 2 personas, mi trabajo allá
era precario), que fue como un destello en
todo mi mundo anterior, el comprender el porqué de las cosas, el debatir con la
gente que me rodeaba, el sentir de las cosas más mundanas, más pequeñas, pero
que a la vez se veían desde los ojos más grandes y hermosos.
Él me enseñó mucho,
me enseñó a ver con otros ojos ese continente que tenía cicatrices de tantos
siglos de usurpación y colonialismo. Él era un genio, un intelectual, me gustan
los intelectuales porque aprendes de ellos, y aprendes a vivir como lo hacen
ellos. El libro que me acompañó durante casi un año por país y país, que me
enseñó a debatir, que me enseñó a querer a Latinoamérica… y hoy sinceramente
después de que se apagará tu “fueguito”, tu alma, tu bondad y tu ser, no podría
ni escribirte nada con la cabeza, porque el corazón es el que manda a veces y a
pesar de todo fuiste mi compañero en Tacna, en Guayaquil, en Bogotá, en Chile y
en aquellas noches tan solitarias de Potosí. Fuiste mi amigo, mi soporte y
aquel que nunca se iría de mí.
Cuando embarcamos
para España, seguías con la magia, fue entonces cuando en Madrid empecé a
seguirte, a leerte con dedicación, cada vez que salías te intentaba ver.
Después de un año de
llevarte a mi lado en secreto, de leerte y escucharte he comprendido que somos
ese “fueguito vivo que alimenta las brasas y que da calor y alegría a la
humanidad”
Siento mucho tu
perdida, más que nada por saber que nunca jamás escribirá nadie con esa
valentía con la que escribiste tú.
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