martes, 14 de abril de 2015

El genio de los humildes

El genio de los humildes

Fue una tarde de mayo cuando yo llegué a Buenos Aires, reconozco que era un auténtico desconocido sobre estas tierras, un auténtico ignorante. Vivía en un Hostel cerca de La Boca, muy cerca del barrio de San Telmo, el lugar providencia de músicos y pintores, bohemios, artistas, escritores… ahí se juntaba lo intelectual del cono sur, lo hermoso del aprendizaje. Había puestos de libros, de miles de cosas, pero allí vi el libro que estaba buscando, la edición impresa en esa ciudad cerca de donde todos esos amantes de lo bueno actuaban con calma y a veces con barullo.

Las venas abiertas de Latinoamérica es un libro que no se puede comparar a otro, es sencillo, instructivo, humilde y dedicado.

Me acuerdo desde que empecé a leerlo en mi guarida, (yo vivía con otras 2 personas, mi trabajo allá era precario), que fue como un destello en todo mi mundo anterior, el comprender el porqué de las cosas, el debatir con la gente que me rodeaba, el sentir de las cosas más mundanas, más pequeñas, pero que a la vez se veían desde los ojos más grandes y hermosos.

Él me enseñó mucho, me enseñó a ver con otros ojos ese continente que tenía cicatrices de tantos siglos de usurpación y colonialismo. Él era un genio, un intelectual, me gustan los intelectuales porque aprendes de ellos, y aprendes a vivir como lo hacen ellos. El libro que me acompañó durante casi un año por país y país, que me enseñó a debatir, que me enseñó a querer a Latinoamérica… y hoy sinceramente después de que se apagará tu “fueguito”, tu alma, tu bondad y tu ser, no podría ni escribirte nada con la cabeza, porque el corazón es el que manda a veces y a pesar de todo fuiste mi compañero en Tacna, en Guayaquil, en Bogotá, en Chile y en aquellas noches tan solitarias de Potosí. Fuiste mi amigo, mi soporte y aquel que nunca se iría de mí.

Cuando embarcamos para España, seguías con la magia, fue entonces cuando en Madrid empecé a seguirte, a leerte con dedicación, cada vez que salías te intentaba ver.
Después de un año de llevarte a mi lado en secreto, de leerte y escucharte he comprendido que somos ese “fueguito vivo que alimenta las brasas y que da calor y alegría a la humanidad”


Siento mucho tu perdida, más que nada por saber que nunca jamás escribirá nadie con esa valentía con la que escribiste tú.