Grecia - costa oeste. Septiembre de 2010
De repente salté de ese bus cochambroso y lleno de albaneses
y entré en Grecia, era como un sueño convertido en realidad, allá estaba la
frontera esperándome y yo camine hasta el puesto de policía, me dijeron que no
había más buses hasta dentro de unas horas y entonces me senté a pensar. Era
septiembre, hacía calor, ese calor de media tarde, pero entonces recordé que en
el este de Europa anochece antes. Seguía sentado en un bordillo sin saber muy
bien que decisión tomar, hasta que me decidí a andar por la carretera. Caminé durante
20 km
entre carretera y costa, perdí mucho tiempo subiendo y bajando rocas y el sol
empezaba a ponerse más anaranjado, iba desapareciendo por momentos.
La noche me alcanzó en un pueblecito, aparecí sediento y
mojado en un restaurante lujoso, la gente me miraba, la gente empezó a
preguntar y me consiguieron un taxi hasta otra ciudad. Nunca olvidaré el camino
de la costa, los resbalones, el palo de madera que tenia para apoyarme y los
perros asesinos que me quisieron morder camino a este pueblo.
Ahora estoy sentado en un bar de la ciudad esta, que no se
muy bien como se llama. Hay dos personas enfrente de mi, un viejo que es el que
me esta dando la espalda, y una chica sentada justo delante de él, una chica
rubia de unos 24 años, cabello rizado y largo, labios finos y sonrisa en la
boca, delgadita y hablaba sin parar con el hombre mayor. Hubo dos veces en los
que pararon la conversación, ninguno decía nada, de repente el viejo se levantó
y saco la cartera del bolsillo derecho del pantalón, miró a través de sus gafas
de sol a la chica y con una sonrisa depositó el dinero sobre la mesa.
En ese momento la chica me miró, el viejo le ofreció el
brazo a la chica y ella pasó su otro brazo, quedaron unidos. Se marcharon en
sintonía y mientras yo seguía bebiendo mi cerveza, mientras que la brisa del
mar me daba suavemente en el pelo.
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