lunes, 7 de enero de 2013

Relatos griegos


Grecia - costa oeste. Septiembre de 2010

De repente salté de ese bus cochambroso y lleno de albaneses y entré en Grecia, era como un sueño convertido en realidad, allá estaba la frontera esperándome y yo camine hasta el puesto de policía, me dijeron que no había más buses hasta dentro de unas horas y entonces me senté a pensar. Era septiembre, hacía calor, ese calor de media tarde, pero entonces recordé que en el este de Europa anochece antes. Seguía sentado en un bordillo sin saber muy bien que decisión tomar, hasta que me decidí a andar por la carretera. Caminé durante 20 km entre carretera y costa, perdí mucho tiempo subiendo y bajando rocas y el sol empezaba a ponerse más anaranjado, iba desapareciendo por momentos.
La noche me alcanzó en un pueblecito, aparecí sediento y mojado en un restaurante lujoso, la gente me miraba, la gente empezó a preguntar y me consiguieron un taxi hasta otra ciudad. Nunca olvidaré el camino de la costa, los resbalones, el palo de madera que tenia para apoyarme y los perros asesinos que me quisieron morder camino a este pueblo. 


Ahora estoy sentado en un bar de la ciudad esta, que no se muy bien como se llama. Hay dos personas enfrente de mi, un viejo que es el que me esta dando la espalda, y una chica sentada justo delante de él, una chica rubia de unos 24 años, cabello rizado y largo, labios finos y sonrisa en la boca, delgadita y hablaba sin parar con el hombre mayor. Hubo dos veces en los que pararon la conversación, ninguno decía nada, de repente el viejo se levantó y saco la cartera del bolsillo derecho del pantalón, miró a través de sus gafas de sol a la chica y con una sonrisa depositó el dinero sobre la mesa.
En ese momento la chica me miró, el viejo le ofreció el brazo a la chica y ella pasó su otro brazo, quedaron unidos. Se marcharon en sintonía y mientras yo seguía bebiendo mi cerveza, mientras que la brisa del mar me daba suavemente en el pelo.